Tres hombres se encuentran en una misma habitación; un
rico empresario, un sacerdote de una de las tres religiones mayoritarias y un
primer ministro. Con ellos, un ciudadano, con una voz y un voto.
Cada uno de los tres primeros quiere arrebaterle al resto
su poder e influencia. ¿Quien obtiene lo que quiere? ¿Quién gana? ¿quien
desaparece del panorama o a quien alaban los medios?
La respuesta más sensata sería “Depende del ciudadano”.
¿Pero por que? El no tiene un importante cargo público, ni personas bajo su
responsabilidad, ni lo siguen miles creyendo en la divinidad de su palabra.
“Tiene un voto, podría decidir a quién votar si peligra
su trabajo, se identifica con su ideología o su educación religiosa le da
orientación”
¿Pero si el ciudadano puede decir, por que fingimos que
el G-20 tiene todo el poder? ¿Por que las palabras de un antiguo texto
condicionan la moralidad de miles o un gran empresario elude impuestos? ¿Quíen
tiene más poder?
Parece que el poder esta donde las personas creemos que
está.
Algunos habeís pensado que el victorioso en esa sala
sería el religioso, otros, que lo sería el presindente de su pais y muchos que
sería el empresario.
Creemos que el poder lo tiene el empresario, olvidamos
que trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar, y en tiempos de crisis,
cuando los medios nos bombardean a diario con cifras alarmantes que en
ocasiones ni entendemos, el dinero no es un medio para conseguir las cosas,
sino un fin.
Por que claro, cuanto más tenga mi vecino menos tendré yo
y somos lo que tenemos ( ¿Quién lo podría dudar? Notesé la ironia)
Si creemos que las empresas tienen poder es que lo
tienen, si valoramos su dinero más que nuestros derechos o los derechos de los
demás, es que lo tienen.
En un mundo global las leyes no pueden ser locales, eso
crea disparidad y desigualdad social. Si tienen poder deben tener una
responsabilidad social.
Pagar sueldos miserables en Ruanda solo acrecienta la
pobreza de Ruanda, y el beneficio favorece a los niños... a los niños de
alguien, seguro, no a los que hacen cola en Cadíz para entrar a un comedor
social.
Pagar suelos dignos, da dignidad a cualquier persona, dar
condiciones laborales dignas estrecha la brecha que divide el tercer mundo y el
primero.
Luchar individualmente contra las multinacionales es tan
inútil como girar la cabeza ante la esta evidencia.
Hacer comprender a las empresas que la responsabilidad
social, nos beneficia a todos y es más rentable, es la herramienta.
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